viernes, 6 de enero de 2012

CUENTO DE NAVIDAD

Todos los reyes de mi vida han venido siempre con un libro bajo el brazo, por lo menos uno. Los reyes son sabios, tienen años de experiencia a sus espaldas, poseen unas mentes científicas... No podría ser de otra manera. Los reyes, esos señores ecuánimes, que están de vuelta de todo porque lo han visto todo, que no se alteran ante nada a pesar del trabajo ímprobo que les supone cruzar el mundo en una noche y cumplir con los husos horarios de todo el orbe, saben lo divertido -y lo necesario- que es jugar y por eso reparten juguetes que alimentan el espíritu y la imaginación, y contagian sonrisas, sí. Y es verdad que, a pesar de ser tan ancianos, no se asustan de los cambios y se dejan asesorar por sus consejeros especialistas en el área digital; por eso no olvidan tampoco cumplir los deseos tecnológicos de las misivas. Y, aunque ellos continúen vestidos a la antigua usanza, igual que aquel día ya lejano en el que fueron a visitar al niño al portal de Belén -que ya se sabe que unos señores tan sesudos no pueden ser víctimas de la moda-, sí están al tanto de que a los niños y a los jóvenes les pueden la publicidad y las marcas. Por eso, muchas veces, pasan por el aro y regalan también lo que está a la última, qué remedio. Pero su corazoncito de Reyes Magos camina por otro lado. Por eso, lo que no falta jamás, junto a la chimenea, al lado de los zapatos o en el sofá del salón, es ese objeto mágico que encierra maravillas... Ese prisma cuadrangular no muy grande, aparentemente discreto, que al abrirlo descubre una historia, consigue emociones, apaga tristezas, provoca, evoca, desboca... EL LIBRO. Ese objeto grande, grandioso porque es distinto cada vez y para cada cual. Esa caja que tan solo hay que saber abrir en el momento adecuado y que les devuelve a su infancia venturosa allá en Oriente cuando el mundo entero estaba guarecido en el jardín de palacio, y a cada paso había que descubrirlo a golpe de machete; la aventura de su juventud, buscar el camino de las estrellas que marcaría su destino, enamorarse, viajar, sufrir, caer y volver a incorporarse, y también el futuro al alcance de la mano... eso -casi nada- es el libro para ellos. Y para todos nosotros, los que recibimos su legado cada seis de enero.