jueves, 8 de diciembre de 2016

HACIA ATRÁS COMO LOS CANGREJOS

Ayer mi tarde placentera -porque tengo entre manos una traducción que es una joya- acabó con un regusto amargo. Una llamada telefónica me hizo pensar en esa frase que cada vez suena más en mi cerebro: "Vamos hacia atrás como los cangrejos". No quisiera que me viniera a la mente cada dos por tres, pero es así. Y ya no hablo de política, que es un tema que me atañe como humilde ciudadana del mundo, no: hablo de cultura, que al fin y al cabo a ella me dedico desde el primer trabajo que tuve, en los primeros años ochenta. En la llamada, una persona muy querida -que, por descontado, no tiene nada que ver con la decisión- me informó de la suspensión de una charla mía en un instituto. El libro está leído, los profesores lo conocen bien, los alumnos no tienen que comprarlo pues tienen ejemplares en la biblioteca... Pero la charla, por esos azares de la vida, no se había pactado a través de la editorial, sino conmigo directamente. Por consiguiente, el pago por toda una mañana de estancia en las aulas no era cosa de la editorial, sino del instituto. Parece ser que en el centro no hay presupuesto para ello -imagino que sí lo habrá para otras circunstancias...- y, en esos casos, se les pide a los alumnos que "colaboren" con dos euros -me dijeron-. Y aquí viene lo bueno, la respuesta de los alumnos -o de sus padres, imagino-: No dan dos euros por una actividad que ni siquiera va a sacarlos del centro. Pues claro que sí, ¿por qué van a dar dos euros por escuchar a una autora hablar de su obra? ¿Por tener la oportunidad de conversar de literatura con alguien que se dedica a escribir de los temas que se supone que les interesan a ellos? Dios mío... ¿Dónde queda el interés por la cultura? ¿La curiosidad? ¿Las ganas de descubrir otros mundos? ¿El ansia de aprender? Desde luego, no en estos chicos/as; tampoco en sus familias, por descontado. ¿Y en el instituto? Mucho menos, porque no ha sabido contagiárselos. Que vayan, que vayan a merendar al campo, y si ese campo es de fútbol, mucho mejor. Confieso que no habría escrito estas palabras si el periódico de hoy no hubiera rematado la faena. En la última página de EL País vuelven a la carga con el asunto de las prohibiciones de determinados libros en los centros escolares americanos. Ay, no. Pues sí, un libro como "Matar a un ruiseñor", que durante décadas ha sido prescrito en miles de escuelas, ahora se prohíbe. Por racista. Vamos a ver: si un lector tiene la capacidad de raciocinio, sabe deducir e interpretar, se dará cuenta de que cualquier buen libro le ofrece la posibilidad de pensar por sí mismo, es una ventana que le muestra el mundo y que le lleva a preguntarse, a sopesar, a clarificar y, finalmente, a decidir. Enseñemos a los jóvenes esas herramientas en casa y en la escuela desde el primer día y ahorrémonos el bochorno de las prohibiciones. ¿Tan difícil es amar la cultura desde la más tierna infancia y saber que la cultura abre puertas siempre? Desde luego, cultura no es cerrar puertas a portazos.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado Marinella tu artículo. Quisiera invitarte a una reflexión que me tiene sublevada estos días. Los cuentos infantiles con "mensaje". Recuerdo de pequeña leer exactamente lo mismo que mi hermano: Asterix y Obelix, Charlie y la fábrica de chocolate, Zipi y Zape etc. Entonces, no había cuentos para niñas y para niños. Por un Jerónimo Stilton no se creaba una Tea. Claro que había princesas, pero todos leíamos indistintamente. No creo haber salido mal . Hoy en día me encuentro con dos fenómenos:
    1) Parece ser que está mal visto que los niños lean por el placer de leer. Me refiero a cuentos de aventuras o simplemente divertidos. Pienso en por ejemplo, Guillermo Brown o el Pequeño Nicolás. Hay que meter una moralina, no sea que se aficionen los pequeños a la lectura per se.
    De hecho, en muchos cuentos infantiles, la historia o la trama es lo de menos, porque está al servicio de la moralina. Ya puede ser insulso el cuento que si tiene mensaje explícito moralizante, sin duda encantará a todos. A nadie importa la creatividad, el humor, la imaginación. El halo "Bucay" ha llegado a los cuentos infantiles y todo el mundo parece haberse subido a ese carro.
    2) El caso de las niñas es peor, pues el cuento no solo debe tener el mensaje sino que este debe ser "pro igualdad". Por lo visto las niñas no pueden leer otra cosa. Me vienen a la cabeza varios cuentos que he leído recientemente en los que se autoriza casi a las pequeñas a hacer cosas naturales como tirarse pedos, o salir de casa , eso sí, mientras el hombre cocina, todo paritario. Que cada cuento refuerce su autoestima, su género, su ...¿No nos estamos pasando? ¿No es todo más sencillo y natural? Los niños, y a menudo nos olvidamos, son eso: niños. Ellos siguen sonriendo ante las mismas cosas que hacíamos nosotros. Y está bien que extraigan un aprendizaje de un cuento, pero sin forzar, porque también está bien que se diviertan que también eso es parte de la infancia. Esto deja fuera casi todo lo que leí yo en mi infancia. Seguramente hoy en día Mortadelo y Filemón serían tildados de machistas y veríamos convertida a Ofelia sería en una ejecutiva con cuerpo estupendo o no estupendo, pero orgullosa de él, "porque yo lo valgo".

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  2. Estoy de acuerdo contigo, Patricia. No hay nada mejor que leer por el placer de leer y los niños, que son muy listos, enseguida descubren cuando un mayor aprovecha una historia para pretender darles una clase magistral. Creo que los mejores libros, también para mayores, son aquellos que obligan al lector a hacerse preguntas pero nunca tratan de darles todas las respuestas.

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