domingo, 25 de abril de 2010

FESTEJO Y SOSIEGO

Desde que tengo uso de razón en mi casa se celebra el Día del Libro. Todos los años. Cuando llega el 23 de abril todos los miembros de la familia reciben un libro de regalo. Siempre. Mientras fui pequeña, era mi madre la encargada de comprarlos. Y yo pensaba que eso era lo normal, lo habitual en todas las casas. Pero, poco a poco, al hablar con los amigos, con los compañeros de clase..., con el paso de los años, con los camaradas del trabajo -a pesar de que estuvieran relacionados con el mundo del libro-, fui descubriendo que no. Vaya... así que aquello que yo veía como normal no lo era, para nada. De nuevo mis padres volvían a demostrarme que en muchas cosas habían sido unos avanzados a su tiempo... En casa, sí: había libros y rosas, claro. Y somos ahora mi hermana y yo las herederas de la tradición: de las rosas, ella; de los libros, yo. Pero por fin parece que ya no es tan raro celebrar el Día del Libro. Si no es siempre regalando libros, sí es "celebrando libros". El viernes estuve en Laredo y los colegios de la localidad respiraban alegría por todos sus poros, a pesar del cielo gris y de la lluvia. Había canciones, había poemas de Miguel Hernández, había lecturas en voz alta, separadores hechos con pasta de papel, insignias, flores de papel pinocho, risas, preguntas sobre la necesidad de escribir, programas de radio en torno a la lectura, muchos libros dedicados y curiosidad, mucha curiosidad. Festejar, celebrar, disfrutar rodeados de libros es bueno, inmensamente bueno, y contagioso. Pero no dejemos los libros cerrados; abrámoslos, leámoslos, deleitémonos con sus palabras, y para eso casi siempre es necesario tener sosiego, calma, paz.

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