sábado, 5 de junio de 2010

"HA DICHO MAMÁ QUE LOS LIBROS NO SE ABREN"

Ay, ay, ay... A esa frase tan fuerte, tan tremenda me enfrenté el primer fin de semana de la Feria del Libro de Madrid. Estaba en una caseta, firmando... O, para ser más precisos, esperando a que alguien se decidiera a que le firmara un libro. La sensación que produce estar en una caseta es ambivalente, lo saben todos los que han pasado por el "trance". Por un lado hay un poco de orgullo, un poco de alegría, algo de fiesta. Pero por otro, hay mucho de vergüenza, de incomodidad. Uno está en el escaparate, y si no se acercan a interesarse por su obra se siente mal. Pero si se acercan... si se acercan se siente en el lugar que no le corresponde, porque su lugar es la mesa de trabajo y su oficio, escribir en soledad. Pero la feria es, ante todo, una cura de humildad estupenda porque los paseantes -casi todos lo son, más que otra cosa- están cansados, tienen calor y no suelen ver esos letreros -casi siempre con la letra más pequeña de la cuenta- donde se indica el nombre del autor que firma en la caseta. Así que lo más normal es que te vean allí sentado y te pregunten por un título que nada tiene que ver contigo o que te pasen el dinero para pagar un libro que no has visto en la vida. Bueno, aprendes mucho del oficio de comercial en una caseta: muestras libros, pasas el código de barras por la "maquinita" para que el ordenador te indique el precio, cobras, y, sobre todo, te vendes a ti mismo. Porque tú quisieras que el vendedor que te acompaña estuviera al quite, informara a los que llegan de que estás allí, les mostrara tu obra y les dijera que tienen la "gran oportunidad" de llevarse un libro firmado por "el autor". Pero casi nunca es el caso: el vendedor lleva muchas horas, muchos días en la caseta; está cansado, tiene calor y piensa en la cervecita que se va a tomar dentro de un rato. Ay, ay, ay... Y, de pronto, después de todo eso, aparecen un niño y una madre. Él tiene cara de despierto y no se contenta con ver las cubiertas de los libros, con leer los títulos. Quiere tocar, quiere abrir esas cajas de tesoros para descubrir qué hay en su interior. Sólo así, leyendo la primera frase -como he hecho yo siempre-, mirando las ilustraciones, los títulos de los capítulos, saltando al vuelo entre las palabras, sólo así se decidirá a emplear las monedas que lleva en el bolsillo en la elección de un libro en concreto. Pero la madre tiene calor, está cansada y quiere volver a casa. Y, por encima de todo, a la madre nadie le enseñó nunca que los libros están para tocarlos, para abrirlos, para descubrirlos, para desvelarlos como un gran enigma. Quizá, si tuvo alguna vez sensibilidad, se le quedó por el camino. Así que cuando él alarga la mano tímido hacia uno de tus libros allí expuestos, ella le agarra con fuerza y dice con voz segura: "Ha dicho mamá que los libros no se abren". Así tal cual, en pasado, porque "mamá" igual lleva toda la tarde repitiendo la misma frase. Y no hay más, su estela se pierde entre los demás paseantes -¿lectores? Nooo...- del parque de El Retiro.
Pero hay algo que ella no sabe, que desconocerá toda la vida. Su frase está ahora en el cuaderno de mi bolsillo. Una frase así no puede desperdiciarse. Sin tener ella ni idea, me ha brindado una llave que abrirá la puerta de un nuevo libro. Quizá no ahora, pero sí en el futuro. Seguro. Y ese libro estará dedicado a él, a ese niño que quiso ser lector y no se lo permitieron en casa.

6 comentarios:

  1. Estupenda y triste anécdota a la vez. :)
    Seguro que te da un excelente guión esa frase y nosotros que lo veamos publicado!! :D

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  2. Y luego se quejarán de que los niños no leen... Me recuerda el caso
    que viví en mi primera sentada en la Feria, cuando un niño acompañado por su
    mamá se acercó a mi caseta y estuvo varios minutos paseando su helado medio
    derretido por encima de mis libros allí expuestos. Yo lo miraba, horrorizado,
    mientras intentaba en vano preservar las cubiertas de aquel implacable
    bombardeo cremoso de fresa y chocolate. En este caso la madre, impasible, no
    decía ni mu.
    Menos mal que nadie sospecha del poder de nuestra arma secreta: la
    implacable libreta de notas. Espero que la utilices pronto para convertir la
    anécdota en novela, y que algún día el niño que quiso ser lector se salga con la
    suya y la descubra.

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  3. Yo soy de esas mamás que dejan a su hijo mirar todos los libros en casa, abrirlos, y cuando los rompe sin querer (tiene dos años), los repara pacientemente con una gran cantidad de celo.
    Pero puedo entender también a la mamá de la feria; la mayoría de vendedores no aprecian que tu hijo pequeño manosee libros que no son suyos y los dejen inservibles para ser vendidos...
    En Holanda, (donde vivo), en algunas librerías tienen un rincón donde los niños pequeños pueden leer y jugar con los libros. Son libros que no están a la venta y están así "fuera de peligro". Ojalá hubiera más rincones así en Barcelona en librerías, bares y restaurantes!

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  4. Es para aprovechar la anécdota. ¡Tienes toda una historia! A por ella, Marinella... ( y a mi que me encantan los libros manoseados, con anotaciones... vamos que se noten que han "tenido vidilla") Un beso!

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  5. Pienso que son tantas las anécdotas que coleccionamos los autores en las diversas ferias y salones del libro que bien podría lograrse un voluminoso y atractivo libro sobre el tema. Y el cambio de país, de continente o de lengua no modifica la situación.

    Recuerdo que estaba yo en el Salón del libro de París (¿o era en el Festival del libro juvenil de Montreuil?) delante de mi pila de libros (una novela juvenil y un álbum ilustrado para pequeños) cuando al stand de mi editor Ibis Rouge (Guayana Francesa... fíjense qué exótico)se acercan un padre y su hija de unos 4 años. La pequeña apunta hacia los álbumes y sugiere: ¿Un libro para mí? A lo que el padre, que llevaba una bolsa de libros para adultos, prueba de que se trataba de un lector, respondió ¿salomónico? "Primero hay que aprender a leer".
    ¿Pero cómo diablos tendrá la niña deseos de aprender a leer si antes no la dejan "leer" con sus ojitos iletrados y curiosos?

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  6. Hola Susana!
    La verdad es que yo he tenido la suerte de caer en una familia de lectores. Tengo mi cuarto que se viene abajo de libros y desde pequeña me han enseñado que los libros están para leerlos, pero hay que cuidarlos para que otros puedan disfrutar de ellos. Espero que el niño de tu anécdota pronto crezca y pueda manosear los libros que quiera y descubrir esas "cajas de tesoros"

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