sábado, 10 de enero de 2015

ALIMENTAR CON CULTURA

A primeros de año, cuando deberían anidar en nosotros los buenos deseos, el optimismo, las ansias de una vida mejor, el mundo se empeña una vez más en llevarnos la contraria. Es muy difícil ser optimista después de lo ocurrido en París, después de ver cómo la barbarie estalla en segundos. ¿Y en pleno siglo XXI? ¿No hemos aprendido nada con tanta Historia a nuestras espaldas? Podemos aspirar a vivir en paz, podemos luchar por la libertad, por la solidaridad y la democracia, pero allí están esos que, en un visto y no visto, lo vuelven todo del revés. ¿Qué nos queda ante un panorama tan desolador? Resistir y mirar hacia delante, caminar erguidos, dar un nuevo paso al frente. Tender la mano al de al lado, sea cual sea el color de su piel. Creer firmemente en el valor de la palabra, huir de los fanatismos como de la peste. Sentir interés y curiosidad por todo lo que nos rodea. Olvidarnos un poco del “yo” para pensar más en el “nosotros”. Mantener el espíritu y la mente abierta. Y todo esto para mí se resume en dos palabras: educación y cultura. Sí, algo tan sencillo como eso: lápices, cuadernos, libros… En definitiva, seguir la estela que nos marca Malala. ¿Cómo no ve la sociedad lo necesarios que son los libros en la formación de sus ciudadanos? ¿Cómo no son capaces nuestros gobiernos de ver la importancia que deberían tener los libros en las escuelas? Y no hablo únicamente de los libros de texto. Me refiero a esos cuentos que acompañan, que confortan, que dan luz a nuestros corazones y a nuestras miradas. Esos libros que deberían estar en todas las casas para acoger a los bebés desde la cuna. Esas narraciones orales que nos educan en la tolerancia, en la hermandad, que nos hacen descubrir el mundo desde otros prismas, que nos hacen más curiosos, más sabios, más abiertos, más dialogantes. Y hoy de nuevo un jarro de agua fría. Nos dice el informe de Hábitos de lectura del Gremio de Editores que el 35% de los españoles no lee “nunca o casi nunca” porque no les gusta, no sienten interés por ello. ¿Qué futuro nos aguarda? Tuve yo una profesora de Lengua cuyo lema era “Desde pequeñito se endereza el arbolito”. Nunca necesitó darnos más detalles, jamás tuvo que explicarnos cómo se enderezaba ese arbolito. Pero sus hechos hablaban por sí mismos: no era a palos, no. Ella simplemente se limitaba a regarnos, a alimentarnos con cultura, día a día.